A Graciela de Sola. París, 7 de enero de 1964

Querida amiga:

Me excuso por mi demora en contestarle, y le envío estas líneas con algunos puntos de vista que no son precisamente respuestas a sus preguntas, pero que quizá le ayudarán en su propósito.

La búsqueda de “lo otro”. Sí, es el tema central y la razón de ser de Rayuela. Todo el libro gira en torno a ese sentimiento de falta, de ausencia, y aunque el protagonista está lejos de llegar a la meta que vagamente entrevé, su “epopeya cósmica”, como muy acertadamente la define usted, no es más que esa especie de búsqueda de un Graal en el que ya no hay la sangre de un dios, sino quizá el dios mismo; pero ese dios sería el hombre, aquí abajo, el hombre libre de todo lo que lo condiciona y lo deforma, empezando por los dioses mismos.

Crítica a la cultura occidental. Bueno, yo no la critico en bloque, no la rechazo ingenuamente como, digamos, Rousseau rechazaba la civilización por creer que el “buen salvaje” era lo más perfecto. Lo que denuncio en nuestra cultura es la monstruosa hipertrofia de algunas posibilidades humanas (la razón, por ejemplo) en desmedro de otras, menos definibles por estar situadas precisamente al margen de la órbita racional. Pero no me crea un enemigo de la razón, porque sería pueril. Lo que me inquieta es comprobar cotidianamente los efectos de ese desequilibrio resultante de un “humanismo” de raíz griega, que en definitiva pone el acento en el sapiens más que en el homo. Usted tiene razón: mis ataques son hiperintelectuales, lo que resultaría contradictorio. Pero, como sucede muchas veces, no tiene toda la razón. No la tiene, porque yo creo que el ataque a fondo a estos moldes de vida viciados y falsos en que nos movemos, no se hace en Rayuela con armas intelectuales. Uso estas últimas en las discusiones, en el aparato teórico por así decirlo; pero lo que le da a Rayuela, creo, su eficacia última, el impacto a veces terrible que ha tenido en muchos lectores, es otra cosa: es lo de abajo, los episodios irracionales, los asomos a dimensiones donde la inteligencia es como un nadador sin agua. Pero esto ya no lo puedo explicar; usted sabrá si lo ha sentido como lo sentí yo al escribirlo. La verdad es que sin esas subyacencias, que son para mí lo único que cuenta de verdad en el libro, yo habría escrito otra novela “inteligente” sin más. Y vaya si las hay…

De acuerdo con lo que me dice –y me corrige– acerca del surrealismo. Quizá me expresé mal la otra vez, pero también creo con usted que el surrealismo no es un “programa” (mal que le pese a Breton y a su capilla, convertidos en una escuelita de provincia), y que la culminación de ese camino debería ser (y a veces ya lo es) la superconciencia. Lo que más me fastidia de los productos del surrealismo, es que son “literatura” o “pintura” o “cine”, y no porque usen esos medios como vehículo de acción espiritual y concreta –pues eso estaría muy bien– sino porque acaban por ingresar en el arte o las letras profesionales. Hay muy pocos Artaud y demasiados Dalí. La verdad es que en nuestros días, lo mejor del surrealismo suele estar hecho por gentes que no sospechan para nada que son surrealistas. En mi familia hay uno o dos así.

Gracias por escribirme, y por sentir tan desde adentro esa brújula diferente que unos cuantos quisiéramos atarle al cuello a la Historia.

Su amigo,
Julio Cortázar

1 comentario:

Matías dijo...

che, que buen blog. Saludos!