Pensemos un poco más sobre todo en las formación de los conceptos: toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en cuanto que, justamente, no ha de servirle a la vivencia originaria, única y por completo individualizada, gracias a la cual se generó, por ejemplo, de recuerdo, sino que tiene que ser apropiada al mismo tiempo para innumerables vivencias más o menos similares, esto es, nunca idénticas hablando con rigor, así pues, ha de ser apropiada para casos claramente diferentes. Todo concepto se genera igualando lo no-igual. Del mismo modo que es cierto que una hoja nunca es totalmente igual a otra, asimismo es cierto que el concepto hoja se ha formado al prescindir arbitrariamente de esas diferencias individuales, al olvidar lo diferenciante y entonces provoca la representación, como si en la naturaleza, además de hojas, hubiese algo que fuese la “hoja” (…) A un ser humano le llamamos honrado (…) Esto de nuevo quiere decir: la hoja es causa de las hojas. Ciertamente, no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial que se llame la honradez, pero sí de numerosas acciones individualizadas, por lo tanto desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual y las designamos entonces como acciones honradas; al final formulamos a partir de ellas una cualitas occulta con el nombre: la honradez. El no hacer caso de lo individual y lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, ni tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible (…) ¿Qué es la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal.
(…)
Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, después la busca de nuevo exactamente en tal lugar y, además, la encuentra, en esa búsqueda y en ese hallazgo no hay, pues, mucho que alabar: sin embargo, esto es lo que sucede al buscar y al encontrar la “verdad” dentro de la jurisdicción de la razón. Si doy la definición de mamífero y luego, después de examinar un camello, digo “Fíjate, un mamífero”, no cabe duda de que con ello se ha traído a la luz una verdad, pero es de valor limitado, quiero decir que es antropomórfica de pies a cabeza y no contiene ni un solo punto que sea “verdadero en sí”, real y universalmente válido, prescindiendo del ser humano.
(…)
Así la ciencia trabaja sin cesar en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de la intuición, construye siempre nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese andamiaje aupado hasta la desmesura y en ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico.
Nietzsche. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Edición y traducción de Joan B. Llenares y Germán A. Meléndez. Península. Barcelona, 2003.
No hay comentarios:
Publicar un comentario