Señales

"... este libro (que se llama De este lado) es el polo contrario -necesariamente contrario- de Presencia. Por varias razones: el contenido, alejado de todo preciosismo y de toda "música" exterior; el verso, blanco y enteramente libre; la intención, orientada exclusivamente hacia la raíz de lo poético."

"... día a día toma incremento en mi interior un segundo individuo, peligrosamente inclinado al escepticismo, a la angustia -que es lo contrario del escepticismo, lo cual no deja de ser gracioso- y al abandono de toda tentativa."

"Día a día comprendo que no se debe supervalorar la cultura... ¿no piensan ustedes que, en cierta medida, hemos llegado a creer con Mallarmé que todo termina en un libro? Cuando, en realidad, yo preferiría insinuar que es allí donde todo empieza..."

"Cada día me convenzo más de que la vigilia y el sueño son momentos de una realidad que se nos escapa íntegramente y de la cual sólo advertimos (o creamos) fragmentos aislados. Nunca amé demasiado el racionalismo frío y absoluto; ahora lo detesto profundamente. Creo que en la intuición, en los valores emotivos, en la poesía de todo acto intensamente vivido, se esconden las fuentes últimas de la verdad."

"... yo empiezo a ver la necesidad de un análisis esencial de conceptos tales como cultura, hombre, democracia, valores, teología, progreso."

Cartas. 1940.

De Rayuela a Marelle

Creo que Sudamericana debe indicarle a Gallimard: a) que la traducción va a plantear serios problemas; b) que el autor vive en París y estaría dispuesto a supervisar los problemas que eso plantee; c) que el autor cree que, a fin de que no pasen dos o tres años, convendría que el libro fuese traducido por dos personas, una de las cuales se haría cargo de la parte “novelesca”, y otra de la “morelliana” y textos conexos.

Carta a Francisco Porrúa, 5 de enero de 1964

A Graciela de Sola. París, 7 de enero de 1964

Querida amiga:

Me excuso por mi demora en contestarle, y le envío estas líneas con algunos puntos de vista que no son precisamente respuestas a sus preguntas, pero que quizá le ayudarán en su propósito.

La búsqueda de “lo otro”. Sí, es el tema central y la razón de ser de Rayuela. Todo el libro gira en torno a ese sentimiento de falta, de ausencia, y aunque el protagonista está lejos de llegar a la meta que vagamente entrevé, su “epopeya cósmica”, como muy acertadamente la define usted, no es más que esa especie de búsqueda de un Graal en el que ya no hay la sangre de un dios, sino quizá el dios mismo; pero ese dios sería el hombre, aquí abajo, el hombre libre de todo lo que lo condiciona y lo deforma, empezando por los dioses mismos.

Crítica a la cultura occidental. Bueno, yo no la critico en bloque, no la rechazo ingenuamente como, digamos, Rousseau rechazaba la civilización por creer que el “buen salvaje” era lo más perfecto. Lo que denuncio en nuestra cultura es la monstruosa hipertrofia de algunas posibilidades humanas (la razón, por ejemplo) en desmedro de otras, menos definibles por estar situadas precisamente al margen de la órbita racional. Pero no me crea un enemigo de la razón, porque sería pueril. Lo que me inquieta es comprobar cotidianamente los efectos de ese desequilibrio resultante de un “humanismo” de raíz griega, que en definitiva pone el acento en el sapiens más que en el homo. Usted tiene razón: mis ataques son hiperintelectuales, lo que resultaría contradictorio. Pero, como sucede muchas veces, no tiene toda la razón. No la tiene, porque yo creo que el ataque a fondo a estos moldes de vida viciados y falsos en que nos movemos, no se hace en Rayuela con armas intelectuales. Uso estas últimas en las discusiones, en el aparato teórico por así decirlo; pero lo que le da a Rayuela, creo, su eficacia última, el impacto a veces terrible que ha tenido en muchos lectores, es otra cosa: es lo de abajo, los episodios irracionales, los asomos a dimensiones donde la inteligencia es como un nadador sin agua. Pero esto ya no lo puedo explicar; usted sabrá si lo ha sentido como lo sentí yo al escribirlo. La verdad es que sin esas subyacencias, que son para mí lo único que cuenta de verdad en el libro, yo habría escrito otra novela “inteligente” sin más. Y vaya si las hay…

De acuerdo con lo que me dice –y me corrige– acerca del surrealismo. Quizá me expresé mal la otra vez, pero también creo con usted que el surrealismo no es un “programa” (mal que le pese a Breton y a su capilla, convertidos en una escuelita de provincia), y que la culminación de ese camino debería ser (y a veces ya lo es) la superconciencia. Lo que más me fastidia de los productos del surrealismo, es que son “literatura” o “pintura” o “cine”, y no porque usen esos medios como vehículo de acción espiritual y concreta –pues eso estaría muy bien– sino porque acaban por ingresar en el arte o las letras profesionales. Hay muy pocos Artaud y demasiados Dalí. La verdad es que en nuestros días, lo mejor del surrealismo suele estar hecho por gentes que no sospechan para nada que son surrealistas. En mi familia hay uno o dos así.

Gracias por escribirme, y por sentir tan desde adentro esa brújula diferente que unos cuantos quisiéramos atarle al cuello a la Historia.

Su amigo,
Julio Cortázar

El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad

Usted cree que yo puedo quizá llegar a ser un novelista. Me falta, como me dice, “un peu de souffle pour aller jusqu’au bout”. Pero aquí, Jean, intervienen otras razones, y éstas estrictamente intelectuales y estéticas. La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género. Yo creo que la novela “psicológica” ha llegado a su término, y que si hemos de seguir escribiendo cosas que valgan la pena, hay que arrancar en otra dirección. El surrealismo marcó en su momento algunos caminos, pero se quedó en la fase pintoresca. Es cierto que no podemos ya prescindir de la psicología, de los personajes explorados minuciosamente; pero la técnica de los Michel Butor y las Nathalie Sarraute me aburren profundamente. Se quedan en la psicología exterior, aunque crean ir muy al fondo. El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad. Por ahí se va a la acción y a la visión, al héroe y al místico. No quiero decir que la novela deba proponerse esta clase de personajes porque los únicos héroes y místicos interesantes son los vivientes, no los inventados por un novelista. Lo que creo es que la realidad cotidiana que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción, deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven. Piense en el lenguaje que tuvo que usar un Rimbaud para abrirse paso en su aventura espiritual. Piense en ciertos versos de Les Chimères de Nerval. Piense en algunos capítulos de Ulysses. ¿Cómo escribir una novela cuando primero habría que des-escribirse, des-aprenderse, partir “à neuf”, desde cero, en una condición pre-adamita, por decirlo así? Mi problema, hoy en día, es un problema de escritura, porque las herramientas con las que he escrito mis cuentos ya no me sirven para esto que quisiera hacer antes de morirme. Y por eso –es justo que usted lo sepa desde ahora–, muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez termino y publico esto en que estoy metido. Un cuento es una estructura, pero ahora tengo que desestructurarme para ver de alcanzar, no sé cómo, otra estructura más real y verdadera; un cuento es un sistema cerrado y perfecto, la serpiente mordiéndose la cola; y yo quiero acabar con los sistemas y las relojerías para ver de bajar al laboratorio central y participar, si tengo fuerzas, en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas. En suma, Jean, que renuncio a un mundo estético para tratar de entrar en un mundo poético. ¿Me hago ilusiones, terminaré escribiendo un libro o varios libros que serán siempre míos, es decir con mi tono, mi estilo, mis invenciones? A lo mejor sí. Pero habré jugado lealmente, y lo que salga será así porque no puedo hacer otra cosa. Si hoy siguiera escribiendo cuentos fantásticos me sentiría un perfecto estafador; modestia aparte, ya me resulta demasiado fácil, “je tiens le système”, como diría Rimbaud. Por eso “El Perseguidor” es diferente, y usted habrá pensado en él al leer estas líneas tan confusas. Ahí ya andaba yo buscando la otra puerta. Pero todo es tan oscuro, y yo soy tan poco capaz de romper con tanto hábito, tanta comodidad mental y física, tanto mate a las cuatro y cine a las nueve… Para subir a la Santa María y poner proa al misterio hay que empezar por tirar la yerba a la basura. Y con este mal anacronismo cierro este capítulo que sin embargo estoy contento de haber escrito para usted, como una confidencia y un anuncio.

A Jean Barnabé. París, 27 de junio de 1959

Nota a Los Premios

Los soliloquios de Persio han perturbado a algunos amigos a quienes les gusta divertirse en línea recta. A su escándalo sólo puedo contestar que me fueron impuestos a lo largo del libro y en el orden en que aparecen, como una suerte de supervisión de lo que se iba urdiendo o desatando a bordo. Su lenguaje insinúa otra dimensión o, menos pedantescamente, apunta a otros blancos. Jugando al sapo ocurre que después de cuatro tejos perfectamente embocados, mandamos el quinto a la azotea; no es una razón para… Ahí está: no es una razón. Y precisamente por eso el quinto tejo corona quizá el juego en algún marcador invisible, y Persio puede farfullar aquellos versos que presumo anónimos y españoles: “Nadie con el tejo dio / Y yo con el tejo di.”

Por último, sospecho que este libro desconcertará a aquellos que apoyan a sus escritores preferidos, entendiendo por apoyo el deseo y casi la orden de que sigan por el mismo camino y no salgan con un domingo siete. El primer desconcertado he sido yo, porque empecé a escribir partiendo de la actitud central que me ha dictado otras cosas muy diferentes; después, para mi maravilla y gran diversión, la novela se cortó sola y tuve que seguirla, primer lector de episodios que jamás había pensado que ocurrirían a bordo de un barco de la Magenta Star.

Los Premios. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1960

Nuevos Aires

“Para Julio Cortázar, que abrió un boquete respiratorio en la literatura, tan anciana la pobre.”

Dedicatoria manuscrita de Juan Carlos Onetti en su libro 'Dejemos hablar al viento', en la Biblioteca Cortázar de la Fundación Juan March.

Un resumen de deseos, esperanzas, y fracasos

17 de diciembre de 1958: Terminé una larga novela que se llama Los premios y que espero leerán ustedes un día. Quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con suficiente precisión el punto de ataque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil, por lo menos para mí.

30 de mayo de 1960: Escribo mucho, pero revuelto. No sé lo que va a salir de una larga aventura a la que creo aludí en alguna otra carta. No es una novela, pero sí un relato muy largo que en definitiva terminará siendo la crónica de una locura. Lo he empezado por varias partes a la vez, y soy a la vez lector y autor de lo que va saliendo. Quiero decir que como a veces escribo episodios que vagamente corresponderán al final (cuando todo esto esté terminado, unas mil páginas más o menos), lo que escribo después y que corresponde al principio o al medio, modifican lo ya escrito, y entonces tengo que volver a escribir el final (o al revés, porque el final también altera el principio). La cosa es terriblemente complicada, porque me ocurre escribir dos veces un mismo episodio, en un caso con ciertos personajes, y en otro con personajes diferentes, o los mismos pero cambiados por circunstancias correspondientes a un tercer episodio. Pienso dejar los dos relatos de esos episodios, porque cada vez me convenzo más de que nada ocurre de una cierta manera, sino que cada cosa es a la vez muchísimas cosas. Esto, que cualquier buen novelista sabe, ha sido en general enfocado como lo hizo Wilkie Collins en The Moonstone, es decir, un mismo episodio “visto” por varios testigos, que lo van contando cada uno a su manera. Pero yo creo ir un poco más lejos, porque no cambio de testigo, sino que le hago repetir el episodio… y sale distinto. ¿No le ocurre a usted, al contar algo a un amigo, darse cuenta en el momento que las cosas eran diferentes de lo que creía? A mitad del relato, un golpe de timón desvía el barco. Lo justo, en ese caso, es presentar las dos versiones. Pero como el lector se aburriría si tuviera que leer dos veces seguidas un mismo relato, en el que los cambios serían siempre pocos con relación al total, he fabricado una serie de procedimientos más o menos astutos, que sería un poco largo contarle ahora. Baste decirle que el libro ocurre mitad en B.A. y mitad en París (creo tener ya bastante perspectiva de ambas como para hacerlo), pero que con frecuencia los episodios se cumplen en un “no man’s land” que la sensibilidad del lector deberá situar, si puede. En realidad me propongo empezar por el final, y mandar al lector a que busque en diferentes partes del libro, como en la guía del teléfono, mediante un sistema de remisiones que será la tortura del pobre imprentero… si semejante libro encuentra editor, cosa que dudo.

19 de agosto de 1960: Un día le pediré que lea lo que estoy haciendo ahora, y que es imposible de explicar por carta, aparte de que yo mismo no lo entiendo. Ignoro cómo y cuándo lo terminaré; hay cerca de cuatrocientas páginas, que abarcan pedazos del fin, del principio, y del medio del libro, pero que quizás desaparezcan frente a la presión de otras cuatrocientas o seiscientas que tendré que escribir entre este año y el que viene. El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra (a menos que “baúl de turco”…). Una narración hecha desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me rechaza la relectura y dudo de que me atreva a mostrarlo a alguien, y otras veces tan puro, tan poco literario… Qué se yo lo que va a salir.

22 de mayo de 1961: Entretanto aproveché Viena [mayo de 1961] para terminar la primera versión de La Rayuela, y al volver de mis vacaciones la trabajaré a fondo para que esté lista, si es posible, a fin de año. (…) son unas 700 páginas.

14 de agosto de 1961: ¿La Rayuela? Pero si estoy apenas en la casilla tres, y a cada rato tiro la piedrita afuera. No habrá libro hasta fin de año, pero entonces sí se lo mandaré y veremos. (No me la imagino a la Sudamericana publicando eso. Se van a decepcionar horriblemente, este Cortázar que-iba-tan-bien…) Terminé la obra gruesa del libro, y lo estoy poniendo en orden, es decir que lo estoy desordenando de acuerdo con unas leyes especiales cuya eficacia se verá luego, cuando tenga el coraje de releer de un tirón las 600 páginas.

27 de septiembre de 1961: Last week I finished La Rayuela (Hopscotch, you know). It is, I humbly believe, a very beautiful thing.

15 de enero de 1962: Yo terminé una larguísima novela, de la que quizá algo te hablé, y ahora me la llevo para “trabajarla” en Buenos Aires a la hora en que los demás duermen la siesta.

15 de mayo de 1962: I almost finished Rayuela, that long novel I spoke you about many times. As it is a kind of infinite book (in the sense that you could go on and on, adding new parts until you die) I think it is better to sever myself brutally from it. So I shall read it once more and shall send the blasted thing to my publisher. If you care for my feeling about the book, I shall say with my usual modesty that it will be a kind of atomic bomb in the Latin America literary scene.

19 de mayo de 1962: En los 28 días de maravilloso mar azul, rematé Rayuela.

24 de julio de 1962: … estoy “habitado” por un nuevo libro del que sólo tengo una vaga idea y que, por consiguiente, me angustia y obsesiona mucho más que si ya estuviera definido y organizado.

Julio Cortázar. Cartas 1937-1963. Edición a cargo de Aurora Bernárdez. Biblioteca Cortázar. Alfaguara. Buenos Aires, 2000.