No voy a detenerme en el lenguaje de Cortázar, pero sí necesito puntualizar el cómo y el porqué de ese lenguaje y lo que ha conseguido con él. Cortázar, consecuente con ideas que vino expresando desde 1948, usa una palabra que él vuelve lo menos estética posible, mediante
1) El uso sistemático de la paradoja como método lingüístico que acerca lo popular a lo culto, lo serio a lo profano;
2) Mezclando diversos niveles de lengua e idiomas extranjeros para crear así, por convergencia, un signo lingüístico capaz de entregar la realidad total del ser;
3) Los contrastes violentos entre una prosa puramente poética y una ramplona, prosaica, literal;
4) La distanciación del lenguaje para interrogarlo, criticarlo y proponer otro;
5) La imposición del humor.
La lista podría ser aun más detallada, pero estos son los elementos nucleares del esfuerzo lingüístico de Cortázar enderezados a obtener una palabra prima no ya en el plano estético sino –lo que es más primordial en Cortázar– en el ético y ontológico en el que se inscribe, por lo demás, toda su búsqueda. Pienso que esta actitud de Cortázar con respecto al lenguaje se puede calificar de poética, pero entendiendo este adjetivo en el sentido de que el lenguaje tiene no ya un función intelectual, mediadora y nominativa, sino una función trascendente, creativa, totalizadora, hasta mágica porque impacta no sólo el intelecto sino lo intuitivo e irracional del ser. No se trata de comunicar información sino de explorar ese “espacio” particular que es el lenguaje.
Nada hay de nuevo en los planteamientos de Cortázar excepto que él supo ver, antes que muchos otros en la Argentina y en el continente, el valor de nuevas teorías lingüísticas, estéticas y filosóficas. Teorías que le fueron particularmente atractivas dado que Cortázar percibió agudamente hasta qué punto el lenguaje de la narrativa hispanoamericana, su signo lingüístico, era cómplice de una realidad falseada y escamoteada y cómo se hacía indispensable devolver la verdad a un yo profundo sin traicionarlo. Percibió, pues, la mitificación de la lengua literaria y se propuso acabar con ella: no más “encubrimiento” por el lenguaje sino “descubrimiento” por y con él. De ahí sus esfuerzos para revivir el lenguaje rechazando lo tradicional y hecho, extrañando la palabra para que pudiera ser capaz de instaurar esa realidad diferente que no se quería dejar ver. Por eso también es que Cortázar siempre se ha suscrito a los principios básicos del surrealismo.
Angela B. Dellepiane en “Variaciones interpretativas en torno a la nueva narrativa hispanoamericana”. Edición a cargo de Donald W. Bleznick. Helmy F. Giacoman, editor. Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 1972.
No hay comentarios:
Publicar un comentario