Los hilos que llevan al centro del laberinto

Si la apertura que consigue Rayuela es verdaderamente significativa, es porque se sitúa finalmente, no en el terreno de la experimentación literaria, sino en el campo existencial. En Rayuela se reúnen todos los hilos que llevan al centro del laberinto, al que puede asomarse cada cual a su manera.

Cortázar confiesa haber hecho el descubrimiento bien tardío de que “los órdenes estéticos son más un espejo que un pasaje hacia las aspiraciones metafísicas”.

“El mundo está lleno de falsos felices”, dice. Lo que le interesa es devolver la vida al verbo, hacer que la palabra exprese lo que la palabra misma ha querido callar. “En definitiva –dice– me siento profundamente solo, y creo que está bien. No cuento con el peso de la mera tradición occidental como un pasaporte válido, y estoy culturalmente muy lejos de la tradición oriental, a la que tampoco le tengo ninguna confianza fácilmente compensatoria. La verdad es que cada vez estoy perdiendo más la confianza en mí mismo, y estoy contento. Cada vez escribo peor desde un punto de vista estético. Me alegro, porque quizá me estoy acercando a un punto desde el cual pueda tal vez empezar a escribir como yo creo que hay que hacerlo en nuestro tiempo. En un cierto sentido puede parecer una especie de suicidio, pero vale más un suicida que un zombie. Habrá quien pensará que es absurdo el caso de un escritor que se obstina en eliminar sus instrumentos de trabajo. Pero es que esos instrumentos me parecen falsos. Quiero equiparme de nuevo, partiendo de cero.”

Luis Harss. “Los nuestros”

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