Juan de Mairena (II)

En arte, los novedosos apedrean a los originales.

La prosa, decía Juan de Mairena a sus alumnos, no debe escribirse demasiado en serio.

A la ética por la estética, decía Juan de Mairena.

Yo no os aconsejo que desdeñéis los tópicos, lugares comunes y frases más o menos mostrencas de que nuestra lengua –como tantas otras– está llena, ni que huyáis sistemáticamente de tales expresiones; pero sí que adoptéis ante ellas una actitud interrogadora y reflexiva.

La libre emisión del pensamiento es un problema importante, pero secundario y supeditado al nuestro, que es el de la libertad del pensamiento mismo. ¿De qué nos serviría la libre emisión de un pensamiento esclavo? Nosotros pretendemos fortalecer y agilitar nuestro pensar para aprender de él mismo cuáles son sus posibilidades, cuáles sus limitaciones; hasta qué punto se produce de un modo libre, original, con propia iniciativa, y hasta qué punto nos parece limitado por normas rígidas, por hábitos mentales inmodificables, por imposibilidad de pensar de otro modo.

Porque es lo que yo digo… (Para un “Diccionario de autoridades”).

Lo que hace realmente angustiosa la lectura de algunas novelas es la anécdota boba, el detalle insignificante, el documento crudo, horro de toda elaboración imaginativa, reflexiva, estética. (…) Es muy posible que la novela moderna no haya encontrado todavía su forma, la línea firme de su contorno. Acaso maneja demasiados documentos, se anega en su propia heurística. Es, en general, un género poco definido que se inclina más a la didáctica que a la poética. En ella, además, son muchos los arrimadores de ladrillos, pocos los arquitectos.

Algún día, habla Mairena a sus alumnos, se trocarán los papeles entre los poetas y los filósofos. Los poetas cantarán su asombro por las grandes hazañas metafísicas, por la mayor de todas, muy especialmente, qué piensa el ser fuera del tiempo, la esencia separada de la existencia, como si dijéramos, el pez vivo y en seco, y el agua de los ríos como una ilusión de los peces.

Los filósofos, en cambio, irán poco a poco enlutando sus violas para pensar, como los poetas, en el fugit irreparabile tempus. Y por este declive romántico llegarán a una metafísica existencialista, fundamentada en el tiempo; algo, en verdad, poemático más que filosófico. Porque será el filósofo el que nos hable de angustia, la angustia esencialmente poética del ser junto a la nada, y el poeta quien nos parezca ebrio de luz, borracho de los viejos superlativos eleáticos. Y estarán frente a frente poeta y filósofo, nunca hostiles, y trabajando cada uno en lo que el otro deja.

Antonio Machado. Juan de Mairena. 1936.

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