Descarrilamientos 1. Pruebas de la existencia del Abad Martini y de Carlos Warnes

Haciendo gala de su sempiterno sentido del humor, en una de las cartas de revisión de Rayuela que enviara a Francisco Porrúa, Julio Cortázar advierte a su editor de la importancia de las llamadas a los siguientes capítulos que, al final de cada uno de ellos, debe guiar al lector en su lectura activa, pues “una errata en esas remisiones sería absolutamente fatal, porque el tren agarraría por una vía distinta y entonces cien muertos y trescientos heridos”.

Por una parte puede sorprender ese cuidado de Julio, quien sin embargo había hecho decir a Morelli:

Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto“.

Ya una brillante entrevistadora advirtió a Julio de que, en el fondo, la lectura por él propuesta era tan sólo una variante desordenada de otra lectura lineal, con la que él guiaba a sus lectores como si hubiera encuadernado el libro con su propio orden. Pero de lo que ella no pareció percatarse es que es del encuentro con las dos opciones, con el tablero de dirección, con ese “desorden ficticio”, de donde nace la semilla de la libertad pretendida. Es de esa encrucijada, en la que por primera vez nos coloca la literatura "seria", de donde sale la enseñanza, y por supuesto el árbol de decisiones posteriores que se ve nacer (y que muchos lectores hemos ido investigando por nuestra cuenta), que hace de Rayuela una lectura infinita, nunca terminada, a la que se vuelve como Sísifo dichoso, que se completa con las vivencias y con el paso del tiempo.

Por tanto, lo que a simple vista parece una contradicción con la libertad que él esperaba de sus lectores, muestra en realidad lo complejo del tejido que Cortázar estaba urdiendo con los diversos piolines que extraía de los tres lados de su obra, complejidad que queda reflejada en los intentos de ordenación de los que da fe el Cuaderno de Bitácora.

Dejo a un lado esta magnífica prueba de la intención del autor de Rayuela, que bastaría para contestar de manera irrefutable a más de alguna torpe crítica acerca de la estructura de capítulos de la novela, y me quedo con la idea del descarrilamiento para abrir esta nueva sección del blog, la primera en la que Armorius está usando su voz propia.

Los textos marcados por las otras etiquetas no requieren de mis palabras, que lo menos que hubieran hecho sería quitarles el brillo, además de tratar a mis lectores como “lectores pasivos”. ¿Para qué volver a escribir lo que otro ya dijo mejor?

Pero “Descarrilamientos” exige una presentación, cuando no una interpretación, porque en esta casilla quiero recoger las críticas que tomaron otra vía, las críticas que considero verdaderamente desafortunadas. Y puesto que quiero subrayar y advertir de lo que considero errores (y algunos, grandes errores) aparecidos en trabajos muchas veces extraordinarios en su conjunto, y sobre todo realizados por seres humanos mucho más hábiles y documentados que yo en la materia, se hace necesaria una exposición clara y una defensa de mi criterio opuesto.

Y sin más preámbulos, que ya van bastantes, tomo hoy el fantástico trabajo de Kathleen Genover “Claves de una novelística existencial (en Rayuela de Cortázar)”. Colección Acholar. Playor, Madrid, 1973. Libro por el que siento un gran aprecio, y que recomiendo encarecidamente -y no hay ninguna ironía en esto- a los que, como yo, estén interesados en la enormísima dimensión humana de Rayuela.

Este tratado tiene, entre otros, el mérito de ser uno de los pocos que, cuando estudian el comienzo de Rayuela, no se conforman con el lugar común y abordan todos los posibles principios de la novela: el capítulo 73, el capítulo 1, el tablero de dirección, y por supuesto los dos famosos textos introductorios. Pero es aquí cuando nuestros ojos empiezan a abrirse en un asombro mayúsculo, al leer:

El primer párrafo está inspirado en la moral bíblica judeocristiana y está escrito por un supuesto clérigo de una Orden, quien lo escribe “con licencia”, quedando así implicado que esa colección de preceptos morales está basada, como dice Horacio Oliveira, ‘en la más falsa de las libertades, la dialéctica judeocristiana’ (…) Por otra parte, la fecha fingida de la colección, año 1797, nos parece muy alusiva, como el ocaso de un siglo que pretendió sacar al hombre del oscurantismo e iluminarlo con el racionalismo científico.

Claro que en aquellos años en que se escribe esta investigación no había el acceso a internet y a otras fuentes de información del que hoy disfrutamos, pero ¡aun vivía Cortázar! ¿Qué mejor fuente de información? Sorprende además el hecho de que el libro de Genover haya sido publicado en España, lo que sin duda debía haberle abierto las puertas a la versión original de la cita. Doctorandos del mundo, no desfallezcáis, en la década de los 70, como queda bien demostrado en este caso, los jefes de investigación hacían el mismo caso que hoy a sus alumnos (pero es una broma, porque K. Genover había realizado ya su Ph.D. en Washington cuando escribe este libro que dedica a sus alumnos, así que quizás debería decir: profesores y alumnos del mundo, vean Lugares Comunes).

Por si alguien aun a estas alturas del tiempo tiene alguna duda, acá les muestro dos pruebas de la existencia del supuesto clérigo y del inventado libro, y, a la vez, de que la fecha no sólo no es fingida, sino que explica perfectamente que la escritura se hiciera “con licencia”, como debían hacerse en la época todas las aportaciones a tan trascendentes materias.

Kathleen Genover entendió muchas cosas de Rayuela, pero no llegó a entender que la casualidad era la mejor aliada de Cortázar, y que imaginarlo inventando una fecha para cumplir con esas pretensiones de saco y corbata es tan poco del Cronopio como verlo sumar las cifras de los capítulos del libro con proposiciones cabalísticas.

Pero si la dificultad de conocer la fuente original citada por Cortázar, oscura, lejana y ajena a la literatura que encierra el ladrillo de Sudamericana, puede a alguien hacer pensar que estoy haciendo daño fácil, siga leyendo conmigo:

El segundo párrafo epigramático de entrada al libro, ironiza principalmente, como dijimos, el medio de expresión que emplea el hombre para comunicarse. (…) El párrafo en cuestión trata de una cita de un supuesto autor, cuyo nombre está formado por la combinación de los nombres de dos prestigiosos personajes contemporáneos de una época pretérita y muy famosa: César Bruto.

¿Puede hacerse algún estudio “serio” de Rayuela sin investigar (ya no digo saber) quién fue el grandísimo César Bruto? La de buenos ratos y carcajadas que esta pobre mujer se perdió por no investigar a fondo... quizás se le acababa la beca de estudios, así que de nuevo: Doctorandos (y becarios) del mundo, saquen conclusiones.

Retomamos a K. Genover perdida en magníficas elucubraciones acerca de lo que pretende el supuesto autor (que en su tesis, por tanto, habría que identificar con Cortázar, y en efecto en un momento dado Genover misma intercala y aclara “Cortázar se ríe de todas esas palabras…”). Y así sigue por líneas asombrosas que dejo a ustedes la labor de buscar y disfrutar, de las que les copio tan sólo una muestra:

“La jitanjáfora impura ‘sirbalguno’ transmite también un efecto irónico de esa moral convencional y mecánica, contraria a la natural y universal que está en el hombre existencial. (…) Diremos, además, que aun el título del supuesto capítulo ‘Perro de San Bernaldo’, de donde fue extraída la cita supuesta, coincide con el tono ironizador de la misma, sugiere la burla disimulada de un salvador. Notemos el cambio ortográfico del nombre Bernardo, para referirse, sin duda, a lo falso del sistema moral propuesto para la salvación del hombre”.

Ya he defendido a K. Genover con respecto al Abad Martini, más por simpatía que por convencimiento, pero con esto no puedo. Bueno, sí, al menos puede decirse que a veces, eso es cierto, acierta en el blanco como la Maga: mediante el modo Zen.

Nos sobreviene la risa, y una cierta condescendencia para con Genover, autora de un gran libro -insisto- pero víctima de esa Señora Demasiado Escuchada, y accidentalmente del humor de Cortázar, y asistimos a una de las grandes lecciones del Cronopio: Qué poca diferencia puede haber a veces entre un crítico demasiado serio, y un piantado.

Oh, crítica literaria, cuántos asesinatos se cometen en tu nombre (en este caso, entre los cien muertos y trescientos heridos, los dos del encabezado).

2 comentarios:

Monsieur Jacobine dijo...

Se me ocurre, amigo Armorius, que cuando uno lee algún ensayo sobre literatura, historia, música o lo que se tercie, no está de mas saber quien lo escribe. Si es marxista, si es del opus, etc., pues eso sin duda influirá en el sesgo que le dará al estudio. En este caso, parece que la señora Genover tiene una obsesión anticristiana e intenta hacer pasar por su aro a Rayuela. A veces queremos ver nuestras obsesiones en lo que admiramos, sin pararnos a ver si están ahí de verdad o no. Tras leer el post, espero seguir oyendo su voz entre esta colección de ensayos cortazarianos.

Anónimo dijo...

Pasaba por aquí y me quedé gratamente, muy gratamente, sorprendido por ese tan inteligente cariño hacia el enormísimo cronopio que tus palabras transmiten.
Acerca de las dos citas que encabezan Rayuela creo que es difícil darles la importancia que tienen, que si bien son dos bromas, sin embargo son un prólogo fidelísimo del contenido moral de la obra.(por supuesto por moral entendemos algo más allá de Zarathustra)
Saludos cordiales de una oveja a la que le gusta pensar que es negra.